domingo, 20 de julio de 2014

EL DECÁLOGO DE LA AMABILIDAD 1• Procura reconocer y respetar los derechos y los méritos de los demás, y aceptar sus formas de pensar, 2• Trata a los demás con el mismo respeto y cariño con el que te gustaría que te tratasen a ti. 3• Procura ser complaciente con los que te rodean cuando te piden un favor o solicitan tu ayuda. 4• Utiliza palabras como gracias, perdón, por favor, que te facilitarán y harán más agradable tu relación con los demás. 5• Intenta ver en cada persona lo mejor de ella. Seguro que lo encontrarás y te sorprenderá.. 6• Acostúmbrate a expresar tus mejores sentimientos, no los reprimas. Trata a los demás con toda la naturalidad, la alegría y el afecto que espontáneamente salgan de ti. 7• Acostúmbrate a sonreír. Muéstrate solidario, optimista y colaborador con las personas con las que convives. 8• Piensa que si todos tratamos de dar lo mejor de nosotros mismos todos seremos mucho más felices. 9• Trata de analizarte y observa si, cuando eres amable o afectuoso con los demás, te sientes más a gusto contigo mismo. 10• Comprueba cuántas horas al día estás de buen humor. Si son muchas, alégrate porque estás construyendo un mundo más amable. Te deseo Exito.

martes, 15 de julio de 2014

El Alpinista Cuentan que un alpinista... Desesperado por conquistar el Aconcagua inició su travesía, después de años de preparación, pero quería la gloria para él solo, por lo tanto subió sin compañeros. Empezó a subir y se le fue haciendo tarde, y más tarde, y no se preparó para acampar, sino que decidió seguir subiendo, decidido a llegar a la cima, le obscureció. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada, todo era negro, cero visibilidades, no había luna y las estrellas eran cubiertas por las nubes. Subiendo por un acantilado, a sólo 100 metros de la cima, se resbaló y se desplomó por los aires... caía a una velocidad vertiginosa, sólo podía ver veloces manchas más oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad. Seguía cayendo... y en esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente todos sus gratos y no tan gratos momentos de la vida, él pensaba que iba a morir, sin embargo, de repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos... Sí, como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura. En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedó más que gritar: "Ayúdame Dios mío..." De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó: "¿Qué quieres que haga?" "Sálvame Dios mío " "¿Realmente crees que te pueda salvar?” "Por supuesto Señor " "Entonces, suelta la cuerda que te sostiene..." Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y reflexionó... Cuenta el equipo de rescate que al otro día encontraron colgado a un alpinista congelado, muerto, agarrado con fuerza, con las manos a una cuerda... A dos metros del suelo... ¿Y tú? ¿Qué tan confiado estás de tu cuerda? ¿Por qué no la sueltas? mejorar

lunes, 14 de julio de 2014

¿Cuántos ganas al día? Papi, ¿Cuánto ganas por hora?- Con voz tímida y ojos de admiración, un pequeño recibía así a su padre al término de su trabajo. El padre dirigió un gesto severo al niño y repuso: - Mira hijo, informes ni tu madre los conoce. No me molestes que estoy cansado • Pero Papi, - insistía - dime por favor ¿Cuánto ganas por hora? La reacción del padre fue menos severa. Sólo contestó - Cuatro soles por hora. • Papi, ¿Me podrías prestar dos soles? - Preguntó el pequeño. El padre montó en cólera y tratando con brusquedad al niño le dijo: • Así que, esa era la razón para saber lo que gano. Vete a dormir y no molestes, muchacho aprovechado. Había caído la noche. El padre había meditado sobre lo sucedido y se sentía culpable. Tal vez su hijo quería comprar algo. En fin, descargando su conciencia dolida, se asomó al dormitorio de su hijo. Con voz baja preguntó al pequeño: • ¿Duermes, hijo? • Dime, Papi, - respondió entre sueños. • Perdóname por haberte tratado con tan poca paciencia; aquí tienes el dinero que me pediste, - respondió el padre. • Gracias, Papi - contestó el pequeño y metiendo sus manitas debajo de la almohada, sacó unas monedas. • Ahora ya completé. Tengo cuatro soles. ¿Me podrías vender una hora de tu tiempo? - preguntó el niño